top of page

El Libro

La casa se había convertido en un pandemónium. Padre registraba la habitación como un cerdo en busca de trufas. Madre, muda por el asombro, lo observaba con los ojos muy abiertos, mientras mis dos hermanos pequeños, propensos a berrinches y escándalos, gritaban como animalillos asustados. Tras un momento de duda, ya que nunca lo había visto en ese estado, Madre fue hacia él y sujetándolo por los hombros, lo detuvo.

-Pero, ¡qué te pasa! ¿Que buscas?- le dijo en un intento de tranquilizarlo.

-Un libro- dijo mi padre con voz ronca.

-¿Un libro?

-Sí, un libro. De poesía, así de gordo- dijo con un pequeño gesto de los dedos- de tapas duras y de color marrón.

-¿De poesía? ¿Un libro?- repitió Madre.

Padre cabeceó asintiendo enérgicamente con un brillo de locura en la mirada. Madre, desconcertada, miró a su alrededor y volvió a mirar a Padre. Finalmente se volvió hacia nosotros y dando dos palmadas dijo:

-¡Vamos! ¿Que estáis esperando? Todo el mundo a buscar ese libro.

Y eso hicimos. Aunque mi familia no era de letras, nos lanzamos en busca del extraño objeto que obsesionaba a Padre. Nos movíamos con cautela, como quien busca una peligrosa serpiente enroscada en algún rincón, a punto de atacar al desgraciado que se encuentre con ella. ¡A saber que extrañas palabras contendría! Palabras capaces de transformar a un hombre normalmente apacible como Padre, en un ser casi desconocido y totalmente obsesionado.

-¡Lo encontré!- gritó Madre.

Había movido el sofá dejando al descubierto el codiciado objeto. Lo miraba indecisa, con poca intención de tocarlo. Nos reunimos con Madre y miramos el libro con desconfianza. Padre se acercó y con un suspiro de alivio lo recogió.

-No sabía que te gustaran los libros- dijo Madre notando que Padre volvía a ser el de siempre.

-Este sí. Lo encontré esta mañana y es perfecto.

Nos miramos unos a otros dudando. Nunca le habíamos visto con un libro en la mano y empezábamos a temer lo peor. Ya lo decía Abuelo. “Los libros sólo sirven para soñar, no para el mundo real. Leer te pudre el seso”.

Mirábamos expectantes a Padre, que observaba el libro con satisfacción.

-No… sabía que te gustaba la poesía.- dijo madre con nerviosismo.

Padre, sin hacer caso al comentario de Madre se dirigió hacia la mesa y colocó el libro bajo una de sus patas. Después apoyó todo su peso sobre la superficie y comprobó satisfecho su estabilidad.

-Me estaba volviendo loco la cojera de la mesa.- dijo con una gran sonrisa.

Suspiramos aliviados y fuimos corriendo a comprobar que de verdad, gracias al libro, se había acabado con la cojera de la mesa.


Featured Posts
Recent Posts
Search By Tags
No hay tags aún.
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
bottom of page